Parte 2: Juana

La negrura del cielo hacia que pareciera más tarde de lo que realmente era.   Había resguardado las gallinas dentro del improvisado gallinero en el patio y entrado un poco de leña a la cocina. 
La cocina le gustaba.  Felipe, en más de una ocasión, le había dicho que era por eso que estaba tan robusta.   Aunque su papá, Evaristo, era un poco más sutil; él decía: "que hermosa estas Juana".  Y eso le hacia sentir bien.   Con el paso de los años se sentía orgullosa de su apariencia porque, según ella pensaba, era una inequívoca señal de salud y bienestar.
Pero le gustaba también porque había sido la primera parte de la casa en tener lámina.   Ahora, en las últimas semanas, se había hecho cargo de todo el quehacer doméstico y culinario.  Su madre cada vez se fatigaba más con su embarazo y aunque insistía en hacer las tareas de la casa era evidente, en el sudor de su rostro y por la forma en que colocaba su mano detrás de su cintura, que le resultaba sumamente difícil.  
–Tenés que aprender a ser arrecha y llevar una casa- le había dicho su madre cuando se negó a matar una gallina para el cumpleaños de su padre.   Pero desde entonces no lo había vuelto a mencionar.  Y ella se sentía feliz, aunque eso había implicado hacer muchos, muchos almuerzos, que incluían carne de pollo o gallina.   Aquella tarde, hacia tanto frío, que dejo que su madre se acercara al comal.  Felipe estaba parado en la puerta, observando la lluvia.   Y entonces extrañó el sol entre los árboles, el canto de los pájaros  y los ladridos de su perro cuando iba a cortar las mazorcas de la milpa o los rojos granos de café.   Desgranar el maíz no era divertido cuando debía hacerse dentro de la casa.  Sentarse en el patio, asustar a las gallinas que se acercaban y escuchar las historias de su madre era un placer incomparable.   Pero si una cosa le quedaba completamente clara era que aquello tendría que esperar.  El sol, si había salido aquel día, estaría huyendo de la lluvia, porque no se había mostrado ni por un solo momento.
En cuanto su padre se sentó en la mesa y su madre asintió con la cabeza, llevó la olla con los frijoles y el canasto con las tortillas.   El café tardaría un poco más.  La cena transcurrió como cualquier otra, hablaron de trabajo y del nacimiento que se acercaba.   ¿Sería niño o niña?.  No podrían lavar los platos aquella noche pues era una actividad que se realizaba en la pila de afuera, así que se limito a reunirlos todos en el balde verde de la cocina.   No tenían ni televisión ni radio y además la lluvia había cortado el suministro de energía eléctrica desde la mañana, así que a falta de otra cosa, todos durmieron temprano.
Cuando cerró los ojos, soñó con un día nuevo… hasta que su cama se movió.
Se sentó tan rápido como pudo en medio de la oscuridad, su cama temblaba, su madre le gritaba desde el otro extremo del cuarto y todo se empezó a mojarse, quizó bajar su pie y sintió el lodo que se arremolinaba en el suelo, la débil estructura de la casa crujía y frente a sus ojos la pared de adobe giro hacia la derecha, como si fuese una simple puerta y desapareció; fue entonces cuando se dio cuenta que la mitad de la casa había desaparecido.   Su pelo largo se movía frente a sus ojos, agitado por el viento cargado de lluvia; en un instante estaba mojado y pegado en sus mejillas.  No podía responder a los gritos de su madre de quien veía su oscura silueta sentada en la cama con sus manos en el vientre.   Quiso correr hacia ella ¿Dónde estaba su padre? Y entonces, las laminas sobre ella volaron, la lluvia entro de lleno y las vigas del techo se desplomaron con un sonido seco, a pesar de la lluvia.    Se tiro sobre su cama, cubierta de lodo, llorando, tratando de comprender ¿Qué había pasado?, ¿Y su madre?, ¿Por qué ya no gritaba?. 
- Mamá!
- Mamá!
…solo la lluvia.
- Mamá!
-  ¡Juana!

Su voz fue como un resorte que le levanto de lleno y ya no pensó en la lluvia, ni en su miedo.   El lodo aún se movía bajo sus pies. Se sujeto fuertemente de las vigas que yacían parcialmente hundidas en el lodo de la habitación y avanzó hasta el otro extremo.   Se quitó de nuevo el cabello que le tapaba la cara y volvió a llamarla:
- Mamá!
- Juana!

Y allí estaba, sobre la cama, con una viga sobre su vientre.
- Mamá, ahorita la quito!
Pero pesaba tanto.  Y se resbalaba en sus manos enlodadas.
- Llama a tu papá Juana!
Pero su padre no estaba.

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