Epílogo


Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace.
Juan Rulfo.

Aunque el sol no salió tampoco aquella mañana, la luz que se colaba entre los nubarrones grises fue suficiente para la búsqueda de Felipe.   Lo encontraron con su cabeza y pecho dentro de una pequeña cavidad formada por la cabecera de lata de su cama y una piedra y el resto de su cuerpo atrapado por el lodo.   Un pedazo de la pata de la cabecera quedo afuera del lodo y fue allí donde primero buscaron.
-  Estaba asustado por vos, dijo Evaristo
-  Yo no, le respondió (y pensó en la voz que escuchó…)

Muchos años después Felipe le confesó a su sobrino que desde que vio al Ángel en aquella oscuridad supo que viviría.
Evaristo salió aquella misma tarde hacia el Hospital de Escuintla con su esposa Maria que empezó a experimentar dolores extraños en su vientre.   Fue un camino difícil, a caballo y a pie hasta salir a la carretera.  En el camino supieron que el desborde del rio había desaparecido por completo la comunidad de Los Rios.   Ellos, recibieron apenas una pequeña correntada.  Al saberlo, guardaron silencio, por su dolor y el de los demás.   Había gente allí que conocían.  ¿Qué pasaría con ellos?
Maria quedo internada en la sala de urgencias por las complicaciones de su embarazo.  Evaristo, un día después tuvo que volver a la finca, para atender a sus dos hijos y reconstruir un lugar para el regreso de su esposa y su nuevo hijo.
Volvió al hospital tres días después.  Allí, le entregaron una niña hermosa, de ojos claros, mi madre.   Mi abuela, Maria, falleció después de darle a luz.  Sufrió una hemorragia interna que no pudieron controlar.
Mi abuelo Evaristo volvió a la finca con la niña en brazos, sentó a Felipe y a Juana y con lágrimas en los ojos les dijo:   Ella es Ernestina, su hermana.  Su madre, murió.
Desde entonces, trabajaba desde antes del amanecer hasta el anochecer.  No volvió a hablar demasiado.  No pudo perdonarse haber dejado a su esposa en el hospital.  Murió ocho meses después.  Don Daniel le dijo un día a Felipe que Evaristo enfermó de tristeza. 



 
 

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