Fábula sin moraleja

Hace poco estaba en un hotel y por la noche bajé a mecerme en una de las hamacas de la planta baja.  Hacía muchísimo calor como para soportarlo dentro de la habitación sin A/C.  Allí abajo, me acerqué al dispensador de agua pura, tomé uno de los vasos desechables del medio de la pila de vasos de cartón (tengo esa manía de no tomar ni el primero ni el último) y me serví un poco de agua fría. 


Los pensamiento de un hombre en hamaca con un vaso de agua en la mano: ¿Dónde estaría ella?, ¿Entre qué gente?, ¿Diciendo qué cosas?.  Era imposible saber.  Hacía ya un mes que me había autoimpuesto todas las noches turbias, la cama vacía del después, la ausencia de piel verdadera porque creía que lo merecía. Daban igual todas las razones, las excusas, cada una de las palabras.  Nunca supe registrar en mi inventario el balance de grises: era blanco o negro.  Creí merecer también cada una de sus verdades a medias, todas y cada una de las palabras que supuraron en mis lagrimales derramando recuerdos por mis mejillas. Jamás creí merecer nada más allá de eso.


Fue entonces cuando me percaté que sobre la mesa formada del corte de un tronco de árbol (que debió haber sido enorme), habían apilado algunos libros.  Ninguno se veía nuevo.  Bajé mi pie para detener el movimiento de la hamaca, me incorporé y caminé hacia el pequeño sillón al lado derecho de la mesa.  Dejé mi vaso con agua (con lo poco que quedaba en él) sobre la mesa y empecé a leer los títulos en las carátulas.  Habían libros en inglés, alemán, español y hasta uno en italiano.  Novelas casi todos.  Algunos de ellos acusaban largos viajes dentro de mochilas o maletas, otros revelaban en sus hojas largas horas bajo el sol... esperas, viajes y kilómetros.  Pensé entonces -y pienso ahora- en cosas como: ¿Cuántos kilómetros habrán viajado?, ¿Aquellas manchas de gotas en algunas hojas serán de lluvia o de lágrimas?, ¿Cuántas manos los habrán tocado?, ¿Cuántos ojos conocieron el secreto de sus páginas?, ¿Quién los llevó allí?, ¿Por qué los escogieron?.  Quien los vendió alguna vez, en alguna librería, de algún lugar del mundo jamás debió imaginar que terminarían en aquel hotel, recorridos por mis manos y mis ojos.


Irma, la dependiente del hotel me contó que algunos son olvidados por los viajeros que de todas partes del mundo vienen a Petén y que otros, al verlos, dejan a manera de obsequio los suyos propios.  El regalo de las letras.  Aquello hizo saltar una sonrisa.  Pensé en que al volver, tomaré un libro, escribiré en él algo como: "Disfruta de este libro.  Al terminar de leerlo, déjalo olvidado en algún lugar... y procura ser feliz". 


Ya de regreso a la capital me he cruzado con una multitud de señales en la carretera, desde "paso de animales", "no rebasar", "frene con motor", "zona de niebla", "ceda el paso", "túmulos", "si bebe, no maneje" y también con vehículos que circulan en dirección contraria a la misma.  Es indudable que como aquello, las vidas de todas las personas trazan caminos que atraviesan otros y otros y otros más... cruzan, suben y bajan.  De algunos de esos cruces queda el recuerdo de los semáforos que parpadean, de quienes, desde la otra calle se acercaron a pedirte la hora, a preguntar tu nombre, el nombre y las indicaciones de la dirección que se encuentra al otro lado de la montaña... cualquier excusa ridícula.  Cada bifurcación nos empuja irremediablemente hacia un destino irremediable.  ¿Quién pone los altos, las señales de no estacionar?, ¿Quién señala la dirección de las vías y provee las estaciones de servicio para que no nos quedemos sin gasolina?.  ¿Qué calle me acercará un poco más al lugar que busco?, ¿Yo, si fuera una señal, qué tipo de señal sería?... ¿Curva peligrosa?... ¡Definitivamente no! 🙂 Pero, ¿Quién entiende esas cosas? 


Difícilmente volveré a ver el automóvil que cruzo la calle frente a mi.  Ése automóvil y el mío, se cruzarán más adelante, más atrás, antes o después con otros automóviles, en otras calles, en otras avenidas.  Algunos sin propósito y otros, quizá, con alguno.  Y no puedo evitar preguntarme qué propósito tendría el haberme cruzado en su vida: ¿salvarme del abismo?, ¿sacar lo mejor de mi?, ¿volver mis pies a la tierra?, ¿hacerme un mejor hombre?.  ¿Cuál de todas las permutaciones infinitas de las palabras que uno pudiese crear, hilvanar, decir o hablar podrían borrar las "páginas en blanco" de los días pasados?.

Vuelve a hacer calor, pero esta vez no hay hamacas ni agua fría a la mano ni libros olvidados.  Aquel nombre y la eterna silueta que me despertaba por las noches y me impedía verme a mi mismo a base de compararme con "su elección" ha pasado a ser sólo una mancha.  Ahora debo permanecer quieto, muy quieto.  Dejar de perseguir las mariposas tratando de atraparlas.  Quieto, muy quieto hasta que ellas se posen sobre mi, porque sé que tarde o temprano llegará el momento de poner en práctica mi nueva mirada sobre el mundo.

Hoy, he olvidado mi primer libro: Los pilares de la tierra.


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