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Mostrando entradas de abril, 2017

Epílogo

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Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace. Juan Rulfo. Aunque el sol no salió tampoco aquella mañana, la luz que se colaba entre los nubarrones grises fue suficiente para la búsqueda de Felipe.   Lo encontraron con su cabeza y pecho dentro de una pequeña cavidad formada por la cabecera de lata de su cama y una piedra y el resto de su cuerpo atrapado por el lodo.   Un pedazo de la pata de la cabecera quedo afuera del lodo y fue allí donde primero buscaron. -  Estaba asustado por vos, dijo Evaristo -  Yo no, le respondió (y pensó en la voz que escuchó…) Muchos años después Felipe le confesó a su sobrino que desde que vio al Ángel en aquella oscuridad supo que viviría. Evaristo salió aquella misma tarde hacia el Hospital de Escuintla con su esposa Maria que empezó a experimentar dolores extraños en su vientre.   Fue un camino difícil, a caballo y a pie hasta salir a la carretera.  En el camino supieron que el desborde del rio había desaparecido por

Parte 3: Evaristo

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La lluvia continúa y sus relámpagos parecen recordarme cómo nos ciega a veces el resplandor de nuestra propia suerte . -          Claudio Gutierrez Acostado, junto a Maria, murmuraban nombres de niño o niña.  No sabía por qué aquello resultaba tan difícil.  El nacimiento de Felipe y Juana y sus posteriores bautismos en la iglesia de San Vicente no habían sido tan complicados como el que esperaban.  Pensaba que a lo mejor todo eso se debía a que ya estaban "grandes".  Juana, su última hija, tenía 8 años.  Y ahora les tocaba empezar de nuevo. Hubo un tiempo en su matrimonio en que se había preguntado si Dios les bendeciría con hijos, porque aquellos no llegaban.  Después, cuando el afán disminuyo, vino Felipe y luego, un par de años después, Juana.  A partir de aquel momento y hasta la concepción del hijo que esperaban había vuelto a pensar que no habrían más… y de nuevo, la sorpresa.  Y ese debía de ser el motivo por el cual, pensar en un nombre adecuado, les re

Parte 2: Juana

La negrura del cielo hacia que pareciera más tarde de lo que realmente era.    Había resguardado las gallinas dentro del improvisado gallinero en el patio y entrado un poco de leña a la cocina.   La cocina le gustaba.   Felipe , en más de una ocasión, le había dicho que era por eso que estaba tan robusta.    Aunque su papá, Evaristo, era un poco más sutil; él decía: "que hermosa estas Juana".   Y eso le hacia sentir bien.    Con el paso de los años se sentía orgullosa de su apariencia porque, según ella pensaba, era una inequívoca señal de salud y bienestar. Pero le gustaba también porque había sido la primera parte de la casa en tener lámina.    Ahora, en las últimas semanas, se había hecho cargo de todo el quehacer doméstico y culinario.   Su madre cada vez se fatigaba más con su embarazo y aunque insistía en hacer las tareas de la casa era evidente, en el sudor de su rostro y por la forma en que colocaba su mano detrás de su cintura, que le resultaba sumamente difícil

Parte 1: Felipe

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No había escampado en todo el día.   La lluvia seguía corriendo enfrente de la casa por la multitud de pequeños riachuelos formados a lo largo del camino.  Al principio arrastraba pequeñas hojas.   Ahora eran pequeñas piedras que rodaban irregularmente, según su forma, a veces más, a veces menos. Para Felipe , al igual que para sus hermanas y su padre, aquellos eran días de encierro obligado.  Las tareas en la finca se habían suspendido.  Con esa lluvia, no había  mucho que hacer.  Daniel, el caporal a cargo de los peones había pasado por la mañana, montado en su yegua pinta (un animal precioso, que ni Felipe ni sus amigos se cansaban de admirar), con una capa café, sucia, a pesar de la cantidad de lluvia que había recibido, y acercándose   a la puerta, había levantado su sombrero, un poco, por delante, diciendo: -          Quiuvo Evaristo, -          Quiuvo don Daniel -          Hoy nos quedamos dentro -          Así vide yo, que esta muy recio el aguacero -          Pue

Elucidación necesaria

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Para muchas personas, escribir acerca de lo que ha pasado, es una inmensa pérdida de tiempo.  Para otros puede que no sea tal.  Mi caso es exactamente ese.  Mi memoria guarda, allí adentro, una bodega, no muy grande, llena de estanterias en las cuales se encuentran, a veces apiñados y empolvados, frascos con dulces conservas de momentos que fueron.  Allí hay sonrisas, aromas, sonidos, dias completos con sus noches y tambien hay, desde luego, algo de tristeza.  Algunas veces, camino por aquellas estanterias, destapando uno y otro.  Sintiendo.  A lo mejor sea este ejercicio la única manera a través de la cual ustedes puedan conocer parte de mi historia personal y la de mi familia.  No suelo evocar las cosas para llenar, ni mi corazón ni el de alguien más, de agua salada.  El pasado nunca termina y el futuro no acaba de llegar.  Ahora mismo vivo (y algún día me gustaría disfrutar) el presente que para bien o para mal he formado con la suma de mis desiciones me ha llevado a probar vinos a

Deseos de cosas imposibles

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¿De qué me ha servido devorar tantas millas.  Miles de kilómetros en este inmenso Continente si al final, todo aquello de lo he pretendido huir, mi némesis, seguirá dentro de mí?

Fábula sin moraleja

Hace poco estaba en un hotel y por la noche bajé a mecerme en una de las hamacas de la planta baja.  Hacía muchísimo calor como para soportarlo dentro de la habitación sin A/C.  Allí abajo, me acerqué al dispensador de agua pura, tomé uno de los vasos desechables del medio de la pila de vasos de cartón (tengo esa manía de no tomar ni el primero ni el último) y me serví un poco de agua fría.  Los pensamiento de un hombre en hamaca con un vaso de agua en la mano: ¿Dónde estaría ella?, ¿Entre qué gente?, ¿Diciendo qué cosas?.  Era imposible saber.  Hacía ya un mes que me había autoimpuesto todas las noches turbias, la cama vacía del después, la ausencia de piel verdadera porque creía que lo merecía. Daban igual todas las razones, las excusas, cada una de las palabras.  Nunca supe registrar en mi inventario el balance de grises: era blanco o negro.  Creí merecer también cada una de sus verdades a medias, todas y cada una de las palabras que supuraron en mis lagrimales derramando recue