Valeria


Tenía que elegir entre dos caminos: la interestatal número cinco o la ruta noventa y nueve.  ¿La diferencia? El número cinco corre a lo largo del valle de San Joaquín cruzando planicies y granjas mientras el noventa y nueve está más al este y atraviesa numerosas ciudades hasta unirse más adelante en Stockton.  Escogí el número cinco.  Pensé que las 375 millas hasta la casa de mi hermana serían más directas, con menos tráfico y distractores para poder conversar sobre nuestras vidas.  Pero la verdadera razón -lo sé ahora-, fue porque debíamos encontrarnos.

Nos detuvimos en Huron.  Un punto de descanso en la ruta con baños, dispensadores de comida, mesas y parqueo.  Caminé por la orilla, tome un poco de agua, un par de fotografías y volvimos para continuar el camino.  Esta vez, tomé el volante del automóvil, lo arranque, me coloqué el cinturón de seguridad, ajusté los retrovisores, respiré profundo, puse reversa, me detuve y avance... otros vehículos, otros remolques, casas rodantes y algún autobús iban a la izquierda, paralelos a la salida del descanso.  Aceleré la marcha para poder incorporarme a ese ritmo, a esa arteria de vida, hacia el norte...Muchas millas después, muchos automóviles adelante, después de rebasar, alcanzar, ser rebasado, ir a la izquierda, a la derecha, de frenar y acelerar apareció Patterson... allá adelante, a  la derecha.

La decisión era seguir o detenerse.  Y me detuve... puse el pidevías y me desvié a la derecha, hasta entrar al parqueo del descanso.  Detuve la marcha y apagué el motor.  Desenganché  mi cinturón de seguridad, retiré la llave y abrí la puerta.  Me paré, estiré mis manos hacia arriba, extendí mis brazos, respiré y caminé hacia la orilla.  Y allí fue cuando la ví: erguida y orgullosa.  

Cuarenta y cinco años y doscientos tres días después de haber nacido y cientos de ciclos de reproducción, de muchos vientos, lluvias y polinizaciones nos encontramos.  Nos sonreímos, me agaché y hablamos.

Nos separamos unos minutos después.  Coincidimos con las últimas luces del sol.  La noche se aproximaba lenta e inexorable.  Yo debía seguir buscando el sentido de mi vida...  Ella debía cumplir su destino y soltar sus cipselas.  Cuando volteé a ver -antes de subir al automóvil- seguía allí, meciéndose lentamente de un lado al otro, fuerte e inamovible.  Me subí al automóvil, arranque el motor y seguí mi camino al norte.  Siempre al norte.






(Valeria es la flor de esta fotografía, el "diente de león".  La he llamado con este nombre porque cualquier flor que desafíe el viento y el frío necesita mucho coraje y deber ser, además, una planta valiente.  De Wikipedia: Valeria o Valéria es un nombre femenino que se remonta al verbo latín "valere" que significa "ser fuerte")




Comentarios